Saboreó las fresas del
cuenco lentamente apreciando cada mínima sensación de placer al morder aquellas
frescas y sabrosas cajitas rojizas. Sentada en la cama miró las nubes que
parecían mas blancas que de costumbre y escasos claros más azules de lo
habitual, varios pájaros de metal conseguían asombrarla volando sobre su cabeza
mientras paseaba por donde nacen las margaritas. Sonreía al recordar que bonita
tarde aquella, que bonito lugar aquel, que verdes eran los prados y que suave
era su mirada clavada en sus ojos cuando ella cambio el sentido de su cara para
no sentirse observada. También recuerda que ruda era su voz gritona enfadada y
que tonta se sentía por no haberle dicho nada. Como la quería madre mía cuanto
la quería y ahora no es más que arreglos que se descosen tan rápidamente que
parecen volar tan rápido como los pájaros de metal. Y no recuerdo los retales
que dejaste al marchar, solo me quedo con el placer que sentía a tu lado como
cuando como fresas frescas.
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